lunes, 11 de junio de 2012

La Cautiva:: de Esteban Echeverría

steba
La cautiva / 1837

Esteban Echeverría (1805-1851)
Fuente: Juan María Gutiérrez, Obras Completas de D. Esteban Echeverría, Buenos Aires, Carlos Casavalle Editor, 1870-1874.    

Índice
Primera parte: El desierto
Segunda parte: El festín
Tercera parte: El puñal
Cuarta parte: La alborada
Quinta parte: El pajonal
Sexta parte: La espera
Séptima parte: La quemazón
Octava parte: Brián
Novena parte: María
Epílogo
Notas del autor
Apéndice: Prólogo del autor a las Rimas

Female hearts are such a genial soil
For Kinderfeelings, whatsoe'er their nation,
They naturally pour the "wine and oil"
Samaritans in every situation
Byron

[En todo clima el corazón de la mujer es tierra fértil en afectos generosos: ellas en cualquier circunstancia de la vida saben, como la Samaritana, prodigar el óleo y el vino]
Primera parte
EL DESIERTO *
Ils vont. L'espace est grand.
Hugo

[Ellos van. El espacio es grande]

Era la tarde, y la hora
en que el sol la cresta dora
de los Andes. El Desierto
inconmensurable, abierto,
y misterioso a sus pies
se extiende; triste el semblante,
solitario y taciturno
como el mar, cuando un instante
el crepúsculo nocturno,
pone rienda a su altivez.
 (…)
¡Cuántas, cuántas maravillas,
sublimes y a par sencillas,
sembró la fecunda mano
de Dios allí! ¡Cuánto arcano
que no es dado al mundo ver!
La humilde yerba, el insecto,
la aura aromática y pura;
el silencio, el triste aspecto
de la grandiosa llanura,
el pálido anochecer.

Las armonías del viento
dicen más al pensamiento
que todo cuanto a porfía
la vana filosofía
pretende altiva enseñar.
¡Qué pincel podrá pintarlas
sin deslucir su belleza!
¡Qué lengua humana alabarlas!
Sólo el genio su grandeza
puede sentir y admirar.
(…)
Se puso el sol; parecía
que el vasto horizonte ardía:
la silenciosa llanura
fue quedando más obscura,
más pardo el cielo, y en él,
con luz trémula brillaba
una que otra estrella, y luego
a los ojos se ocultaba,
como vacilante fuego
en soberbio chapitel.
(…)
¡Oíd! Ya se acerca el bando
de salvajes, atronando
todo el campo convecino.
¡Mirad! Como torbellino
hiende el espacio veloz.
El fiero ímpetu no enfrena
del bruto que arroja espuma;
vaga al viento su melena,
y con ligereza suma
pasa en ademán atroz.
(…)
Ya los ranchos
3 do vivieron
presa de las llamas fueron,
y muerde el polvo abatida
su pujanza tan erguida.
¿Dónde sus bravos están?
Vengan hoy del vituperio,
sus mujeres, sus infantes,
que gimen en cautiverio,
a libertar, y como antes
nuestras lanzas probarán".

Tal decía; y, bajo el callo
del indómito caballo,
crujiendo el suelo temblaba;
hueco y sordo retumbaba
su grito en la soledad.
Mientras la noche, cubierto
el rostro en manto nubloso,
echó en el vasto desierto,
su silencio pavoroso,
su sombría majestad.


Segunda parte
EL FESTIN
...orribile favelle,
parole di dolore, accenti d'ira,

voci alte e fioche, e suon di man con elle

facevan un tumulto...
Dante

[...hórridas querellas / voces altas y bajas en son de ira, con golpes de manos a par de ellas, / como un tumulto...]
Noche es el vasto horizonte,
noche el aire, cielo y tierra.
Parece haber apiñado
el genio de las tinieblas,
para algún misterio inmundo,
sobre la llanura inmensa,
la lobreguez del abismo
donde inalterable reina.
(…)
La tribu aleve, entretanto,
allá en la pampa desierta,
donde el cristiano atrevido
jamás estampa la huella,
ha reprimido del bruto
la estrepitosa carrera;
y campo tiene fecundo
al pie de una loma extensa,
lugar hermoso do a veces
sus tolderías asienta.
Feliz la maloca
5 ha sido;
rica y de estima la presa
que arrebató a los cristianos:
caballos, potros y yeguas,
bienes que en su vida errante
ella más que el oro aprecia;
muchedumbre de cautivas,
todas jóvenes y bellas.
(…)
En torno al fuego sentados
unos lo atizan y ceban;
otros la jugosa carne
al rescoldo o llama tuestan;
aquél come, éste destriza.
Más allá alguno degüella
con afilado cuchillo
la yegua al lazo sujeta,
y a la boca de la herida,
por donde ronca y resuella,
y a borbollones arroja
la caliente sangre fuera,
en pie, trémula y convulsa,
dos o tres indios se pegan
como sedientos vampiros,
sorben, chupan, saborean
la sangre, haciendo murmullo,
y de sangre se rellenan.
Baja el pescuezo, vacila,
y se desploma la yegua
con aplausos de las indias
que a descuartizarla empiezan.
(…)
De la chusma toda al cabo
la embriaguez se enseñorea
y hace andar en remolino
sus delirantes cabezas.
Entonces empieza el bullicio,
y la algazara tremenda,
el infernal alarido
y las voces lastimeras,
mientras sin alivio lloran
las cautivas miserables,
y los ternezuelos niños,
al ver llorar a sus madres.
Las hogueras entretanto
en la obscuridad flamean,
y a los pintados semblantes
y a las largas cabelleras

de aquellos indios beodos,
da su vislumbre siniestra
colorido tan extraño,
traza tan horrible y fea,
que parecen del abismo
précita, inmunda ralea,
entregada al torpe gozo
de la sabática fiesta
6.
Todos en silencio escuchan;
una voz entona recia
las heroicas alabanzas,
y los cantos de la guerra:

"Guerra, guerra, y exterminio
al tiránico dominio
del Huinca
7; engañosa paz:
devore el fuego sus ranchos,
que en su vientre los caranchos
8
ceben el pico voraz.
Oyó gritos el caudillo,
y en su fogoso tordillo
          salió Brián;
pocos eran y él delante
venía, al bruto arrogante
dio una lanzada Quillán.
Lo cargó al punto la indiada:
con la fulminante espada
          se alzó Brián;
grandes sus ojos brillaron,
y las cabezas rodaron
de Quitur y Callupán.
Echando espuma y herido
como el toro enfurecido
          se encaró;
ceño torvo revolviendo,
y el acero sacudiendo:
nadie acometerlo osó.
Valichu
9estaba en su brazo;
pero al golpe de un bolazo
10
          cayó Brián.
Como potro en la llanura:
cebo en su cuerpo y hartura
encontrará el gavilán.

Las armas cobarde entrega
el que vivir quiere esclavo;
pero el indio guapo, no:
Chañil murió como bravo,
batallando en la refriega,
de una lanzada murió.

          Salió Brián airado
          blandiendo la lanza,
          con fiera pujanza
          Chañil lo embistió;
          del pecho clavado
          en el hierro agudo,
          con brazo forzudo,
          Brián lo levantó.
          Funeral sangriento
          ya tuvo en el llano;
          ni un solo cristiano
          con vida escapó.
          ¡Fatal vencimiento!
          Lloremos la muerte
          del indio más fuerte
          que la pampa crió".
(…)
La noche en tanto camina
triste, encapotada y negra;
y la desmayada luz
de las festivas hogueras
sólo alumbra los estragos
de aquella bárbara fiesta.



Tercera parte
EL PUÑAL
Yo iba a morir, es verdad,
entre bárbaros crüeles,

y allí el pesar me mataba

de morir, mi bien, sin verte.

A darme la vida tú

saliste, hermosa, y valiente.
Calderón
Yace en el campo tendida,
cual si estuviera sin vida,
ebria la salvaje turba,
y ningún ruido perturba
su sueño o sopor mortal.
Varones y hembras mezclados,
todos duermen sosegados.
Sólo, en vano tal vez, velan
los que libertarse anhelan
del cautiverio fatal.

Paran la oreja bufando
los caballos, que vagando
libres despuntan la grama;
y a la moribunda llama
de las hogueras se ve,
se ve sola y taciturna,
símil a sombra nocturna,
moverse una forma humana,
como quien lucha y se afana,
y oprime algo bajo el pie.

Se oye luego triste aúllo,
y horrisonante murmullo,
semejante al del novillo
cuando el filoso cuchillo
lo degüella sin piedad,
y por la herida resuella,
y aliento y vivir por ella,
sangre hirviendo a borbollones,
en horribles convulsiones
lanza con velocidad.

Silencio: ya el paso leve
por entre la yerba mueve,
como quien busca y no atina,
y temeroso camina
de ser visto o tropezar,
una mujer; en la diestra
un puñal sangriento muestra,
sus largos cabellos flotan
desgreñados, y denotan
de su ánimo el batallar.

Ella va. Toda es oídos;
sobre salvajes dormidos
va pasando; escucha, mira,
se para, apenas respira,
y vuelve de nuevo a andar.
Ella marcha, y sus miradas
vagan en torno azoradas,
cual si creyesen ilusas
en las tinieblas confusas
mil espectros divisar.

Ella va, y aun de su sombra,
como el criminal, se asombra;
alza, inclina la cabeza;
pero en un cráneo tropieza
y queda al punto mortal.
Un cuerpo gruñe y resuella,
y se revuelve; mas ella
cobra espíritu y coraje,
y en el pecho del salvaje
clava el agudo puñal.

El indio dormido expira;
y ella veloz se retira
de allí, y anda con más tino
arrostrando del destino
la rigurosa crueldad.
Un instinto poderoso,
un afecto generoso
la impele y guía segura,
como luz de estrella pura,
por aquella obscuridad.

Su corazón de alegría
palpita; lo que quería,
lo que buscaba con ansia
su amorosa vigilancia
encontró gozosa al fin.
Allí, allí está su universo,
de su alma el espejo terso,
su amor, esperanza y vida;
allí contempla embebida
su terrestre serafín.

-Brián -dice-, mi Brián querido,
busca durmiendo el olvido;
quizás ni soñando espera
que yo entre esta gente fiera
le venga a favorecer.
Lleno de heridas, cautivo,
no abate su ánimo altivo
la desgracia, y satisfecho
descansa, como en su lecho,
sin esperar, ni temer.
(…)

Allí está su amante herido,
mirando al cielo, y ceñido
el cuerpo con duros lazos,
abiertos en cruz los brazos,
ligadas manos y pies.
Cautivo está, pero duerme;
inmoble, sin fuerza, inerme
yace su brazo invencible:
de la pampa el león terrible
presa de los buitres es.
(…)

Brián despierta; su alma fuerte,
conforme ya con su suerte,
no se conturba, ni azora;
poco a poco se incorpora,
mira sereno, y cree ver
un asesino: echan fuego
sus ojos de ira; mas luego
se siente libre, y se calma,
y dice: -¿Eres alguna alma
que pueda y deba querer?

¿Eres espíritu errante,
ángel bueno, o vacilante
parto de mi fantasía?
-Mi vulgar nombre es María,
ángel de tu guarda soy;
y mientras cobra pujanza,
ebria la feroz venganza
de los bárbaros, segura,
en aquesta noche obscura,
velando a tu lado estoy;

nada tema tu congoja.-
Y enajenada se arroja
de su querido en los brazos,
le da mil besos y abrazos,
repitiendo: -Brián, mi Brián.
La alma heroica del guerrero
siente el gozo lisonjero
por sus miembros doloridos
correr, y que sus sentidos
libres de ilusión están.

Y en labios de su querida
apura aliento de vida,
y la estrecha cariñoso
y en éxtasis amoroso
ambos respiran así.
Mas, súbito él la separa,
como si en su alma brotara
horrible idea, y la dice:
-María, soy infelice,
ya no eres digna de mí.

Del salvaje la torpeza
habrá ajado la pureza
de tu honor, y mancillado
tu cuerpo santificado
por mi cariño y tu amor;
ya no me es dado quererte-.
Ella le responde: -Advierte,
que en este acero está escrito
mi pureza y mi delito,
mi ternura y mi valor.

Mira este puñal sangriento,
y saltará de contento
tu corazón orgulloso;
diómelo amor poderoso,
diómelo para matar
al salvaje que insolente
ultrajar mi honor intente;
para a un tiempo, de mi padre,
de mi hijo tierno y mi madre
la injusta muerte vengar.

Y tu vida, más preciosa
que la luz del sol hermosa,
sacar de las fieras manos
de estos tigres inhumanos,
o contigo perecer.
Loncoy, el cacique altivo
cuya saña al atractivo
se rindió de estos mis ojos,
y quiso entre sus despojos
de Brián la querida ver,

después de haber mutilado
a su hijo tierno; anegado
en su sangre yace impura;
sueño infernal su alma apura:
diole muerte este puñal.
Levanta, mi Brián, levanta,
sigue, sigue mi ágil planta;
huyamos de esta guarida
donde la turba se anida
más inhumana y fatal.

-¿Pero adónde, adónde iremos?
¿Por fortuna encontraremos
en la pampa algún asilo,
donde nuestro amor tranquilo
logre burlar su furor?
¿Podremos, sin ser sentidos,
escapar, y desvalidos,
caminar a pie, y jadeando,
con el hambre y sed luchando,
el cansancio y el dolor?

-Sí, el anchuroso desierto
más de un abrigo encubierto
ofrece, y la densa niebla,
que el cielo y la tierra puebla,
nuestra fuga ocultará.
Brián, cuando aparezca el día,
palpitantes de alegría,
lejos de aquí ya estaremos,
y el alimento hallaremos
que el cielo al infeliz da.

-Tú podrás, querida amiga,
hacer rostro a la fatiga,
mas yo, llagado y herido,
débil, exangüe, abatido,
¿cómo podré resistir?
Huye tú, mujer sublime,
y del oprobio redime
tu vivir predestinado;
deja a Brián infortunado,
solo, en tormentos morir.

-No, no, tu vendrás conmigo,
o pereceré contigo.
De la amada patria nuestra
escudo fuerte es tu diestra,
¿y qué vale una mujer?
Huyamos, tú de la muerte,
yo de la oprobiosa suerte
de los esclavos; propicio
el cielo este beneficio
nos ha querido ofrecer;

no insensatos lo perdamos.
Huyamos, mi Brián, huyamos;
que en el áspero camino
mi brazo, y poder divino
te servirán de sostén.
-Tu valor me infunde fuerza,
y de la fortuna adversa,
amor, gloria o agonía
participar con María
yo quiero; huyamos, ven, ven-.

Dice Brián y se levanta;
el dolor traba su planta,
mas devora el sufrimiento;
y ambos caminan a tiento
por aquella obscuridad.
Tristes van; de cuando en cuando,
la vista al cielo llevando,
que da esperanza al que gime,
¿qué busca su alma sublime?
la muerte o la libertad.

-Y en esta noche sombría
¿quién nos servirá de guía?
-Brián, ¿no ves allá una estrella
que entre dos nubes centella
cual benigno astro de amor?
Pues ésa es por Dios enviada,
como la nube encarnada
que vio Israel prodigiosa;
sigamos la senda hermosa
que nos muestra su fulgor;

ella del triste desierto
nos llevará a feliz puerto-.
Ellos van; solas, perdidas,
como dos almas queridas,
que amor en la tierra unió,
y en la misma forma de antes,
andan por la noche errantes,
con la memoria hechicera
del bien que en su primavera
la desdicha les robó.

Ellos van. Vasto, profundo
como el páramo del mundo
misterioso es el que pisan;
mil fantasmas se divisan,
mil formas vanas allí,
que la sangre joven hielan:
mas ellos vivir anhelan.
Brián desmaya caminando,
y al cielo otra vez mirando,
dice a su querida así:

-Mira: ¿no ves? la luz bella
de nuestra polar estrella
de nuevo se ha obscurecido,
y el cielo más renegrido
nos anuncia algo fatal.
-Cuando contrario el destino
nos cierre, Brián, el camino,
antes de volver a manos
de esos indios inhumanos,
nos queda algo: este puñal.


Cuarta parte
LA ALBORADA
Già la terra e coperta d'uccisi;
tutta è sangue la vasta pianura...
Manzoni

[Ya de muertos la tierra está cubierta / y la vasta llanura toda es sangre]
Síntesis de la cuarta parte: un grupo de cristianos llega donde estaba la tribu y vengando el malon que se llevo a Brián y a María matan a todos los indios, junto con sus mujeres e hijos.

Quinta parte
EL PAJONAL
...e lo spirito lasso
conforta, e ciba di speranza buona.
Dante

[...y el ánimo cansado / de esperanza feliz, nutre y conforta]
Así, huyendo a la ventura,
ambos a pie divagaron
por la lóbrega llanura,
y al salir la luz del día
a corto trecho se hallaron
de un inmenso pajonal
12.
Brián debilitado, herido,
a la fatiga rendido
la planta apenas movía;
su angustia era sin igual.
{…}

Súbito allí desmayaron
los espíritus vitales
de Brián a tanto sufrir;
y en los brazos de María,
que inmoble permanecía,
cayó muerto al parecer.
¡Cómo palabras mortales
pintar al vivo podrán
el desaliento y angustias,
o las imágenes mustias
que el alma atravesarán
de aquella infeliz mujer!
Flor hermosa y delicada,
perseguida y conculcada
por cuantos males tiranos
dio en herencia a los humanos
inexorable poder.

Pero a cada golpe injusto
retoñece más robusto
de su noble alma el valor;
y otra vez, con paso fuerte
huella el fango, do la muerte
disputa un resto de vida
a indefensos animales;
y rompiendo enfurecida
los espesos matorrales,
camina a un sordo rumor
que oye próximo, y mirando
el hondo cauce, anchuroso
de un arroyo que copioso
entre la paja corría,
se volvió atrás, exclamando
arrobada de alegría:
"-¡Gracias te doy, Dios supremo!
Brián se salva, nada temo."

Pronto llega al alto nido
donde yace su querido,
sobre sus hombros le carga,
y con vigor desmedido
lleva, lleva, a paso lento,
al puerto de salvamento
aquella preciosa carga.

Allí en la orilla verdosa
el inmoble cuerpo posa,
y los labios, frente y cara
en el agua fresca y clara
le embebe; su aliento aspira,
por ver si vivo respira,
trémula su pecho toca;
y otra vez sienes y boca
le empapa: en sus ojos vivos,
y en su semblante animado,
los matices fugitivos
de la apasionada guerra
que su corazón encierra,
se muestran. Brián recobrado
se mueve, incorpora, alienta;
y débil mirada lenta
clava en la hermosa María,
diciéndola: -Amada mía
pensé no volver a verte,
y que este sueño sería
como el sueño de la muerte;
pero tú, siempre velando,
mi vivir sustentas, cuando
yo en nada puedo valerte,
sino doblar la amargura
de tu extraña desventura.
-Que vivas tan sólo quiero;
porque si mueres, yo muero;
Brián mío alienta, triunfamos;
en salvo y libres estamos;
no te aflijas; bebe, bebe
esta agua, cuyo frescor
el extenuado vigor
volverá a tu cuerpo en breve,
y esperemos con valor
de Dios el fin que imploramos.

Dijo así y en la corriente
recoge agua, y diligente,
de sus miembros con esmero,
se aplica a lavar primero
las dolorosas heridas,
las hondas llagas henchidas
de negra sangre cuajada,
y a sus inflamados pies
el lodo impuro; y después
con su mano delicada
las venda. Brián silencioso
sufre el dolor con firmeza;
pero siente a la flaqueza;
rendido el pecho animoso.

Ella entonces alimento
corre a buscar; y un momento,
sin duda el cielo piadoso,
de aquellos finos amantes,
infortunados y errantes,
quiso aliviar el tormento.


Parte sexta
LA ESPERA
¡Qué largas son las horas del deseo!
Moreto
Triste, obscura, encapotada
llegó la noche esperada,
la noche que ser debiera
su grata y fiel compañera;
y en el vasto pajonal
permanecen inactivos
los amantes fugitivos.
Su astro, al parecer, declina,
como la luz vespertina
entre sombra funeral.

Brián, por el dolor vencido
al margen yace tendido
del arroyo; probó en vano
el paso firme y lozano
de su querida seguir;
sus plantas desfallecieron,
y sus heridas vertieron
sangre otra vez. Sintió entonces
como una mano de bronce
por sus miembros discurrir.

María espera a su lado,
con corazón agitado,
que amanecerá otra aurora
más bella y consoladora;
el amor le inspira fe
en destino más propicio,
y le oculta el precipicio
cuya idea sólo pasma:
el descarnado fantasma
de la realidad no ve.
(…)
Brián, recostado en la hierba,
como ajeno de sentido,
nada ve: ella un ruido
oye; pero sólo observa
la negra desolación,
o las sombrías visiones
que engendran las turbaciones
de su espíritu. ¡Cuán larga
aquella noche y amarga
sería a su corazón!

Miró a su amante. Espantoso,
un bramido cavernoso
la hizo temblar, resonando:
era el tigre, que buscando
pasto a su saña feroz
en los densos matorrales,
nuevos presagios fatales
al infortunio traía.
En silencio, echó María
mano a su puñal, veloz.


Séptima parte
LA QUEMAZON
Voyez... Déjà la flamme en torrent se déploie
Lamartine

[Mirad: ya en torrente se extiende la llama]
El aire estaba inflamado,
turbia la región suprema,
envuelto el campo en vapor;
rojo el sol, y coronado
de parda obscura diadema,
amarillo resplandor
en la atmósfera esparcía;
el bruto, el pájaro huía,
y agua la tierra pedía
sedienta y llena de ardor.
(…)
Era la plaga que cría
la devorante sequía
para estrago y confusión:
de la chispa de una hoguera,
que llevó el viento ligera,
nació grande, cundió fiera
la terrible quemazón.
(…)

          Raudal vomitando
          venía de llama,
          que hirviendo, silbando,
          se enrosca y derrama
          con velocidad.
          Sentada María
          con su Brián la vía:
          -¡Dios mío! -decía-,
          de nos ten piedad.

Piedad María imploraba,
y piedad necesitaba
de potencia celestial.
Brián caminar no podía,
y la quemazón cundía
por el vasto pajonal.

(…)
No hay cómo huir, no hay efugio,

esperanza ni refugio;
¿dónde auxilio encontrarán?
Postrado Brián yace inmoble
como el orgulloso roble
que derribó el huracán.

Para ellos no existe el mundo.
Detrás, arroyo profundo,
ancho se extiende, y delante,
formidable y horroroso,
alza la cresta furioso
mar de fuego devorante.

-Huye presto -Brián decía
con voz débil a María-,
déjame solo morir;
este lugar es un horno:
huye, ¿no miras en torno
vapor cárdeno subir?-

Ella calla, o le responde:
-Dios largo tiempo no esconde
su divina protección.
¿Crees tú nos haya olvidado?
Salvar tu vida ha jurado
o morir mi corazón.-
(…)
Súbito ella se incorpora;
de la pasión que atesora
el espíritu inmortal
brota, en su faz la belleza
estampando fortaleza
de criatura celestial,

no sujeta a ley humana;
y como cosa liviana
carga el cuerpo amortecido
de su amante, y con él junto,
sin cejar, se arroja al punto
en el arroyo extendido.

Cruje el agua, y suavemente
surca la mansa corriente
con el tesoro de amor;
semejante a ondina bella,
su cuerpo airoso descuella,
y hace, nadando, rumor.
(…)
Aran las corrientes unidos
como dos cisnes queridos
que huyen de águila cruel,
cuya garra, siempre lista,
desde la nube se alista
a separar su amor fiel.

La suerte injusta se afana
en perseguirlos. Ufana
en la orilla opuesta el pie
pone María triunfante,
y otra vez libre a su amante
de horrenda agonía ve.
(…)
Calmó después el violento
soplar del airado viento:
el fuego a paso más lento
surcó por el pajonal,
sin topar ningún escollo;
y a la orilla de un arroyo
a morir al cabo vino,
dejando, en su ancho camino,
negra y profunda señal.


Octava parte
BRIÁN
Les guerriers et les coursiers eux mêmes
sont là pour attester les victoires de mon bras.

Je dois ma renommée à mon glaive...
Antar 13

[Los guerreros y aun los bridones de la batalla existen para atestiguar las victorias de mi brazo. Debo mi renombre a mi espada]
Pasó aquél, llegó otro día,
triste, ardiente, y todavía
desamparados como antes,
a los míseros amantes
encontró en el pajonal.
Brián, sobre pajizo lecho
inmoble está, y en su pecho
arde fuego inextinguible;
brota en su rostro, visible
abatimiento mortal.
(…)
Triste a su lado María
revuelve en la fantasía
mil contrarios pensamientos,
y horribles presentimientos
la vienen allí a asaltar;
espectros que engendra el alma,
cuando el ciego desvarío
de las pasiones se calma,
y perdida en el vacío
se recoge a meditar.
(…)
En el empíreo nublado
flamea el sol colorado,
y en la llanura domina
la vaporosa calina,
el bochorno abrasador.
Brián sigue inmoble; y María,
en formar se entretenía
de junco un denso tejido,
que guardase a su querido
de la intemperie y calor.

Cuando oyó, como el aliento
que al levantarse o moverse
hace animal corpulento,
crujir la paja y romperse
de un cercano matorral.
Miró, ¡oh terror!, y acercarse
vio con movimiento tardo,
y hacia ella encaminarse,
lamiéndose, un tigre pardo
tinto en sangre; ¡atroz señal!

Cobrando ánimo al instante
se alzó María arrogante,
en mano el puñal desnudo,
vivo el mirar, y un escudo
formó de su cuerpo a Brián.
Llegó la fiera inclemente;
clavó en ella vista ardiente,
y a compasión ya movida,
o fascinada y herida
por sus ojos y ademán,

recta prosiguió el camino,
y al arroyo cristalino
se echó a nadar. ¡Oh amor tierno!
de lo más frágil y eterno
se compaginó tu ser.
Siendo sólo afecto humano,
chispa fugaz, tu grandeza,
por impenetrable arcano,
es celestial. ¡Oh belleza!
no se anida tu poder,

en tus lágrimas ni enojos;
sí, en los sinceros arrojos
de tu corazón amante.
María en aquel instante
se sobrepuso al terror,
pero cayó sin sentido
a conmoción tan violenta.
Bella como ángel dormido
la infeliz estaba, exenta
de tanto afán y dolor.
(…)
Brián despierta del letargo:
brilla matiz más risueño
en su rostro varonil.

Se sienta; extático mira,
como el que en vela delira;
lleva la mano a su frente
sudorífera y ardiente,
¿qué cosas su alma verá?
La luz, noche le parece,
tierra y cielo se obscurece,
y rueda en un torbellino
de nubes. -Este camino
lleno de espinas está:

y la llanura, María,
¿no ves cuán triste y sombría?
¿Dónde vamos? A la muerte.
Triunfó la enemiga suerte
-dice delirando Brián-.
¡Cuán caro mi amor te cuesta!
Y mi confianza funesta,
¡cuánta fatiga y ultrajes!
Pero pronto los salvajes
su deslealtad pagarán.-

Cobra María el sentido
al oír de su querido
la voz, y en gozo nadando
se incorpora, en él clavando
su cariñosa mirada.
-Pensé dormías -la dice-,
y despertarte no quise;
fuera mejor que durmieras
y del bárbaro no oyeras
la estrepitosa llegada.
(…)
¿No miráis la polvareda
que del llano se levanta?
¿No sentís lejos la planta
de los brutos retumbar?
La tribu es, huyendo leda,
como carnicero lobo,
con los despojos del robo,
no de intrépido lidiar.
(…)
Se alzó Brián enajenado,
y su bigote erizado
se mueve; chispean, rojos
como centellas, sus ojos,
que hace el entusiasmo arder;
el rostro y talante fiero,
do resalta con viveza
el valor y la nobleza,
la majestad del guerrero
acostumbrado a vencer.

Pero al punto desfallece.
Ella, atónita, enmudece,
ni halla voz su sentimiento;
en tan solemne momento
flaquea su corazón.
El sol pálido declina:
en la cercana colina
triscan las gamas y ciervos,
y de caranchos y cuervos
grazna la impura legión,

de cadáveres avara,
cual si muerte presagiara.
Así la caterva estulta,
vil al heroísmo insulta,
que triunfante veneró.
María tiembla. El, alzando
la vista al cielo y tomando
con sus manos casi heladas
las de su amiga, adoradas,
a su pecho las llevó.

Y con voz débil le dice:
-Oye, de Dios es arcano,
que más tarde o más temprano
todos debemos morir.
Insensato el que maldice
la ley que a todos iguala;
hoy el término señala
a mi robusto vivir.

Resígnate; bien venida
siempre, mi amor, fue la muerte,
para el bravo, para el fuerte,
que a la patria y al honor
joven consagró su vida;
¿qué es ella?, una chispa, nada,
con ese sol comparada,
raudal vivo de esplendor.

La mía brilló un momento,
pero a la patria sirviera;
también mi sangre corriera
por su gloria y libertad.
Lo que me da sentimiento
es que de ti me separo,
dejándote sin amparo
aquí en esta soledad.

Otro premio merecía
tu amor y espíritu brioso,
y galardón más precioso
te destinaba mi fe.
Pero ¡ay Dios!, la suerte mía
de otro modo se eslabona;
hoy me arranca la corona
que insensato ambicioné.

¡Si al menos la azul bandera
sombra a mi cabeza diese!
¡O antes por la patria fuese
aclamado vencedor!
¡Oh destino! Quién pudiera
morir en la lid, oyendo
el alarido y estruendo,
la trompeta y atambor.

Tal gloria no he conseguido,
mis enemigos triunfaron;
pero mi orgullo no ajaron
los favores del poder.
¡Qué importa! Mi brazo ha sido
terror del salvaje fiero:
los Andes vieron mi acero
con honor resplandecer.

¡Oh estrépito de las armas!
¡Oh embriaguez de la victoria!
¡Oh campos, soñada gloria!
¡Oh lances del combatir!
Inesperadas alarmas,
patria, honor, objetos caros,
ya no volveré a gozaros;
joven yo debo morir.
(…)
Vive, vive para tu hijo,
Dios te impone ese deber.
Sigue, sigue al occidente
tu trabajosa jornada:
Adiós, en otra morada
nos volveremos a ver.

Calló Brián, y en su querida
clavó mirada tan bella,
tan profunda y dolorida,
que toda el alma por ella
al parecer exhaló.
El crepúsculo esparcía
en el desierto luz mustia.
Del corazón de María,
el desaliento y la angustia,
sólo el cielo penetró.


Novena parte

MARIA
Fallece esperanza y crece tormento.
Anónimo

Morte bella parea nel suo bel viso.
Petrarca

[La muerte parecía bella en su bello rostro]
¿Qué hará María? En la tierra
ya no se arraiga su vida.
¿Dónde irá? Su pecho encierra
tan honda y vivaz herida,
tanta congoja y pasión,
que para ella es infecundo
todo consuelo del mundo,
burla horrible su contento,
su compasión un tormento,
su sonrisa una irrisión.
(…)
Nace del sol la luz pura,
y una fresca sepultura
encuentra; lecho postrero,
que al cadáver del guerrero
preparó el más fino amor.
Sobre ella hincada, María,
muda como estatua fría,
inclinada la cabeza,
semejaba a la tristeza
embebida en su dolor.

Sus cabellos renegridos
caen por los hombros tendidos,
y sombrean de su frente,
su cuello y rostro inocente,
la nevada palidez.
No suspira allí, ni llora;
pero como ángel que implora,
para miserias del suelo
una mirada del cielo,
hace esta sencilla prez:

-Ya en la tierra no existe
el poderoso brazo
donde hallaba regazo
mi enamorada sien:
Tú ¡oh Dios! no permitiste
que mi amor lo salvase,
quisiste que volase
donde florece el bien.

Abre, Señor, a su alma
tu seno regalado,
del bienaventurado,
reciba el galardón:
Encuentre allí la calma,
encuentre allí la dicha,
que busca en su desdicha,
mi viudo corazón-.

Dice. Un punto su sentido
queda como sumergido.
Echa la postrer mirada
sobre la tumba callada
donde toda su alma está.
Mirada llena de vida,
pero lánguida, abatida,
como la última vislumbre
de la agonizante lumbre,
falta de alimento ya.

Y alza luego la rodilla;
y tomando por la orilla
del arroyo hacia el ocaso,
con indiferente paso
se encamina al parecer.
Pronto sale de aquel monte
de paja, y mira adelante
ilimitado horizonte,
llanura y cielo brillante,
desierto y campo doquier.
(…)
Día y noche ella camina;
y la estrella matutina,
caminando solitaria,
sin articular plegaria,
sin descansar ni dormir
la ve. En su planta desnuda
brota la sangre y chorrea;
pero toda ella, sin duda,
va absorta en la única idea
que alimenta su vivir.
(…)
Mas, ¡ah! que en vivos corceles
un grupo de hombres armados
se acerca; ¿serán infieles,
enemigos? No, soldados
son del desdichado Brián.
Llegan, su vista se pasma;
ya no es la mujer hermosa,
sino pálido fantasma;
mas reconocen la esposa
de su fuerte capitán.

Creíanla cautiva o muerta;
grande fue su regocijo.
Ella los mira y despierta:
-¿No sabéis qué es de mi hijo?-
con toda el alma exclamó.
Tristes mirando a María
todos el labio sellaron;
mas luego una voz impía:
-Los indios lo degollaron-
roncamente articuló.

Y al oír tan crudo acento,
como quiebra el seco tallo
el menor soplo de viento
o como herida del rayo,
cayó la infeliz allí;
viéronla caer, turbados,
los animosos soldados;
una lágrima le dieron,
y funerales la hicieron
dignos de contarse aquí.
(…)

Epílogo

Douce lumière, es-tu leur âme?
Lamartine

(¿Eres, plácida luz, el alma de ellos?)
¡Oh María! Tu heroísmo,
tu varonil fortaleza,
tu juventud y belleza
merecieran fin mejor.
Ciegos de amor, el abismo
fatal tus ojos no vieron,
y sin vacilar se hundieron
en él ardiendo en amor.

De la más cruda agonía
salvar quisiste a tu amante,
y lo viste delirante
en el desierto morir.
¡Cuál tu congoja sería!
¡Cuál tu dolor y amargura!
Y no hubo humana criatura
que te ayudase a sentir.

Se malogró tu esperanza;
y cuando sola te viste
también mísera caíste,
como árbol cuya raíz
en la tierra ya no afianza
su pompa y florido ornato:
nada supo el mundo ingrato
de tu constancia infeliz.

Naciste humilde, y oculta
como diamante en la mina,
la belleza peregrina
de tu noble alma quedó.
El desierto la sepulta,
tumba sublime y grandiosa,
do el héroe también reposa
que la gozó y admiró.

El destino de tu vida
fue amar, amor tu delirio,
amor causó tu martirio,
te dio sobrehumano ser;
y amor, en edad florida,
sofocó la pasión tierna,
que omnipotencia de eterna,
trajo consigo al nacer.
(…)
Hoy, en la vasta llanura,
inhospitable morada,
que no siempre sosegada
mira el astro de la luz;
descollando en una altura,
entre agreste flor y hierba,
hoy el caminante observa
una solitaria cruz.

Fórmale grata techumbre
la copa extensa y tupida
de un ombú
14, donde se anida
la altiva águila real;
y la varia muchedumbre
de aves que cría el desierto,
se pone en ella a cubierto
del frío y sol estival.

Nadie sabe cúya mano
plantó aquel árbol benigno,
ni quién a su sombra, el signo
puso de la redención.
Cuando el cautivo cristiano
se acerca a aquellos lugares,
recordando sus hogares,
se postra a hacer oración.

Fama es que la tribu errante,
si hasta allí llega embebida
en la caza apetecida
de la gama y avestruz,
al ver del ombú gigante
la verdosa cabellera,
suelta al potro la carrera
gritando: -allí está la cruz.

Y revuelve atrás la vista
como quien huye aterrado,
creyendo se alza el airado,
terrible espectro de Brián.
Pálido, el indio exorcista
el fatídico árbol nombra;
ni a hollar se atreven su sombra
los que de camino van.

También el vulgo asombrado
cuenta que en la noche obscura
suelen en aquella altura
dos luces aparecer;
que salen, y habiendo errado
por el desierto tranquilo,
juntas a su triste asilo
vuelven al amanecer.

Quizá mudos habitantes
serán del páramo aerio,
quizá espíritus, ¡misterio!,
visiones del alma son.
Quizá los sueños brillantes
de la inquieta fantasía,
forman coro en la armonía
de la invisible creación.



Notas del Autor
* Se ha creído necesaria la explicación de algunas voces provinciales, por si llega este libro a manos de algún extranjero poco familiarizado con nuestras cosas. Se omite la de otras, cuya inteligencia es obvia, que el autor ha usado intencionalmente para colorir con más propiedad sus cuadros, como caballo parejero por "caballo de carrera"; beberaje , por "borrachera"; bañado , por "campo anegado"; parar la oreja el caballo por "moverla erguida" en señal de sobresalto, etc., etc.

1. Toldería: el conjunto de chozas o el aduar del salvaje.
2. Yajá: el P. Guevara hablando de esta ave, en su historia del Paraguay, dice: "Al Yahá justamente le podemos llamar el volador y centinela. Es grande de cuerpo y de pico pequeño. El color es ceniciento con un collarín de plumas blancas que lo rodean. Las alas están armadas de un espolón colorado y fuerte con que pelea... En su canto repite estas voces: Yahá , Yahá , que significa, en guaraní, "vamos, vamos" de donde se le impuso el nombre. El misterio y significación es que estos pájaros velan de noche, y en sintiendo ruido de gente que viene, empiezan a repetir Yahá , Yahá , como si dijeran: vamos, vamos, que hay enemigos, y no estamos seguros de sus asechanzas". Los que saben esta propiedad del yahá, luego que oyen su canto se ponen en vela, temiendo vengan enemigos para acometerlos... En la provincia se llama chajá o yajá indistintamente.
3. Ranchos: cabañas pajizas de nuestros campos.
4. Fachinales: llámase así en la provincia, ciertos sitios húmedos y bajos en donde crece confusa y abundantemente la maleza.
5. Maloca: lo mismo que incursión o correría.
6. Sabática fiesta: junta nocturna de los espíritus malignos, según tradición comunicada a los pueblos cristianos por los judíos.
7. Huinca: voz con que designan los indios al cristiano u hombre que no es de su raza.
8. Carancho: ave de rapiña.
9. Valichu: nombre que dan al espíritu maligno los indígenas de la pampa. Hemos leído en el Falkner, Valichu: comunmente se dice Güalichu.
10. Bolas: arma arrojadiza, que se compone de tres correas trenzadas, ligadas por un extremo, y sujetando en el otro otras tantas esferas sólidas de metal o piedra.
11. Ñacurutú: especie de lechuza grande, cuyo grito se asemeja al sollozar de un niño.
12. Pajonal: paraje anegado, en donde crece la paja enmarañada y alta. Los hay muy extensos, y algunos a la distancia aparecen en la planicie como bosque; son los oasis de la pampa.
13. Antar: célebre poeta arabe, de quien M. de Lamartine cita algunos fragmentos en su viaje a Oriente: de ellos se ha tomado el tema que encabeza este canto.
14. Ombú: árbol corpulento, de espeso y vivo follaje, que descuella solitario en nuestra llanura como la palmera en los arenales de Arabia. Ni leña para el hogar, ni fruto brinda al hombre; pero sí fresca y regalada sombra en los ardores del estío.



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